sábado, 10 de agosto de 2024

2º Premio Concurso de Relato Corto Ciudad de Frías

UNA HISTORIA DEL PASADO

Alain Martín Molina 


La bruma se resistía a abandonar el lugar y el sol se afanaba por hacer llegar la luz a aquel amanecer inhóspito. Los gallos más madrugadores acababan de entonar su matutina diana y los fredenses iban, poco a poco, desperezándose de sus ropas de dormir y se preparaban para iniciar su jornada de trabajo. Aún el rocío de la noche alfombraba los adoquines de las calles donde los había y, donde no, los charcos escarchados atestiguaban la helada que había caído aquella noche. El alba despuntaba tras el cerro de La Muela, y la silueta del Castillo de los Velasco coronaba la localidad de Frías.

Pero el sereno amanecer no tardó en romperse con el grito de un hombre que alertaba desde el pórtico de la Iglesia de San Vicente. Pronto las calles comenzaron a poblarse de curiosos que, alertados, se acercaban al lugar de donde procedía la llamada de socorro. Al llegar, una decena de personas encontraron el motivo del revuelo. Allí, bajo el tímpano de la iglesia, yacía el cadáver de un hombre. Sobre un charco de sangre helada, un cuerpo inerte mostraba signos de apuñalamiento por todo su torso. La noticia no tardó en recorrer las calles del pueblo, sobre todo cuando se identificó a la víctima como un miembro de la familia Fernández de Velasco.

- Muy mal asunto – auguró el alguacil -. Que un Velasco aparezca asesinado no puede traer nada bueno.

- Ciertamente – corroboró el juez que se había personado en el lugar -. ¿Crees que tendrá que ver con el tema de la sucesión?

-Mucho me temo que sí

Diego Garay era el alguacil de Frías desde hacía mucho tiempo, tanto como su padre lo había sido antes que él. Y había desempeñado su cometido con la tranquilidad de saber que Frías era una localidad donde los conflictos se limitaban a pequeños altercados, normalmente protagonizados por los comerciantes y buhoneros que pasaban constantemente por allí. Alguna disputa por lindes entre vecinos mal avenidos o pretendientes que pugnan por los favores de la misma dama. Y poco más. Pero que un miembro de la familia Velasco apareciese brutalmente asesinado eran palabras mayores.

En aquel año de 1897 Bernardino Fernández de Velasco ostentaba el título de XVI Duque de Frías. Y así había sido desde hacía varias décadas. Sin embargo, por todos era sabido que el Duque de Uceda le quería disputar ese título a los Velasco. Hasta entonces la sangre no había llegado al río y todo se limitaba a distintas disputas legales que los tribunales enquistaban a lo largo del tiempo y los nobles litigaban infatigablemente presentando antiguos pergaminos de derechos nobiliarios. Pero a finales del siglo XIX, Francisco Téllez Girón, XI Duque de Uceda, había intensificado su pretensión a disputar el título de Duque de Frías a la familia Velasco.

- ¿Tanto como para asesinar? – preguntó el magistrado al alguacil.

-Bueno, amigo. Lo cierto es que la ambición humana no tiene límites y el corazón de los hombres encierran tantos secretos que no podemos ni imaginar. Son cosas de nobles, opino. O igual estamos equivocados y nada tiene que ver con los de Uceda, y simplemente se ha tratado de un ajuste de cuentas por un asunto económico o de mujeres.

-Ojalá sea así – sentenció el alguacil

Ambos, alguacil y magistrado, eran amigos desde hacía tiempo. Disfrutaban de lecturas compartidas y de largas caminatas por los senderos que salían de Frías a, como decían, todos los confines del mundo. Caminaban por la calzada romana y rememoraban los tiempos en los que los cruces de caminos eran el origen de pueblos como el suyo. Encrucijadas donde se comerciaban con los productos de la costa y la meseta, lugar de encuentro de viajeros y legiones. Un enclave que les ubicaba en un pedazo de la Historia que tanto les gustaba conocer. Pero la paz de la que disfrutaban se había roto aquella mañana. Y más se rompió cuando apenas una semana después el cuerpo sin vida de un Téllez Girón apareció entre la maleza bajo uno de los arcos del puente medieval.

-Venganza – lo tuvo claro el alguacil -. Los Velasco consideran que han sido los Uceda los que han dado muerte a su familiar y ésta es la réplica. Sin duda.

-Hay que atajar esto, amigo Diego, antes de que Frías se convierta en el campo de batalla de dos familias nobles que alfombre el pueblo de cadáveres.

El alguacil se personó junto al magistrado en la residencia del Duque de Frías a la tarde siguiente. La intención era interrogar a Bernardino Fernández de Velasco y tal vez poder vislumbrar si sus pesquisas iban o no desencaminadas.

- ¿Qué opina de las dos muertes que se han sucedido en Frías, señor? - le preguntó sin dilación tras haber sido recibidos por el Duque en su despacho.

-Las muertes siempre son terribles, alguacil. Se mire por donde se mire -. El Duque seguía teniendo ese aire de solemnidad, esa presencia aristocrática fruto de generaciones de nobles que han trascendido al tiempo desde el Medievo. Ahora, más alejados del honor y los escudos de armas, los nobles se estaban convirtiendo en hombres de negocios, más próximos a la burguesía que a la nobleza. Explotaban sus propiedades con atino y lograban pingües beneficios gracias también a los contactos comerciales que sus apellidos les facilitaban.

- Un Velasco brutalmente asesinado a las puertas de la Iglesia de San Vicente y días después un Téllez Girón en las arcadas del puente. No me dirá que no le inquieta.

-Siempre han pasado estas cosas, alguacil.

-Pero justo cuando se ha endurecido el debate acerca de la sucesión del título de Duque de Frías... - intervino el magistrado

- ¡No existe tal debate! - se enojó el Duque -. Mi rama familiar es la legítima ostentadora del título de Frías y lo defenderé por todos los medios

- ¿Por todos los medios ha dicho usted? - trató de acorralarlo el alguacil

El Duque no tardó en despacharles alegando estar muy ocupado. Ambos, alguacil y magistrado, caminaron por las calles de Frías cuando la noche ya caía y la oscuridad inundaba el pueblo. Los callejones se poblaban de sombras misteriosas y el ronroneo de la corriente del Ebro era el telón de fondo sonoro de una población que ya se guarecía en sus casas. Ambos hombres determinaron que la disputa familiar entre los Velasco y los Téllez Girón bien podía ser la causa de las muertes que se habían sucedido. Y, por supuesto, el carácter del Duque y sus palabras sin duda daban a entender que era un hombre que no dudaría en recurrir a la violencia para conservar para su linaje el título nobiliario.

Se despidieron cerca de la plaza, el magistrado caminando por el callejón de la derecha y el alguacil siguiendo de frente, cada uno a sus casas. En mitad de la oscuridad y con una leve llovizna cayendo, las calles se veían despobladas y apenas las luces de unas candelas particulares iluminaban el lugar. De pronto, el alguacil sintió pasos a su espalda. Se giró y no vio a nadie. Siguió caminando y de nuevo escuchó sonidos de pisadas de alguien que le seguía. Dobló una esquina y desenfundó el sable que llevaba al cinto en el preciso momento en el que una sombra se abalanzó sobre él tratando de darle una estocada. Dominador de la esgrima por tradición familiar y su profesión, pudo esquivar la envestida y reponer su posición. Ante él se encontraba un hombre de ropajes oscuros, con el rostro cubierto por un pañuelo, de alta estatura y presto a acabar con su vida. Diego Garay se cuadró en posición de duelo y se dispuso a luchar.

En medio de la penumbra y bajo la llovizna que caía sobre las calles de Frías, ambos espadachines, alguacil y sicario, comenzaron a pugnar en un duelo a muerte. El tintineo de los aceros chocando en aquel callejón hacía a veces saltar chispas en el choque de las espadas y el jadeo de los contendientes se escuchaba a cada maniobra de envestida o esquivo que llevaban a cabo. Al de unos minutos, viendo el atacante que la destreza del alguacil con la espada era buena y que no iba a ser capaz de vencerlo, huyó a gran velocidad perdiéndose entre los recovecos del callejero.

El alguacil llegó a su casa empapado y jadeante, aún excitado por el duelo que había protagonizado hacía apenas unos minutos. Se desvistió, se aseó y se dejó caer en su lecho tratando de serenar el galope de su corazón. Aunque le costó conciliar el sueño con la idea, sencillamente, de que habían intentado asesinarle. Y peor aún, con la certeza de que su entrevista con el Duque aquella tarde era el motivo.

A la mañana siguiente, a los pies de las casas colgadas, el cuerpo sin vida del magistrado alertó de nuevo a todos los habitantes de Frías. Cuando golpearon la puerta de la casa del alguacil, éste aún estaba sumido en un profundo sueño, repleto de pesadillas en torno al duelo que había librado la noche anterior. Se despertó, abrió la puerta y recibió la noticia de la muerte de su amigo.

-Anoche nos separamos en la plaza - comenzó a contar-. Él se fue para su casa y yo a la mía. En el trayecto, un hombre enmascarado trató de matarme, pero tuve la suerte de estar presto y armado, pudiendo defenderme. Supongo que el magistrado no tuvo esa misma suerte.

-Era un hombre de letras, no de armas - habló el caballero que representaba a la autoridad de Las Merindades llegado a Frías alertado por los últimos acontecimientos -. Diego, ¿se puede saber qué está sucediendo aquí?

-No lo sé, señor. De veras que no lo sé. 

Y esa fue la última vez que alguien vio a Diego Garay, alguacil de Frías. Algunos dicen que fue asesinado, como le sucedió a su amigo el magistrado. Su cadáver tal vez se hundió en el Ebro, pensaron. Otros sencillamente creen que desapareció del lugar sin dejar rastro, temeroso de acabar asesinado. Pero lo cierto es que el alguacil huyó aquella noche de Frías, tras el funeral de su amigo el magistrado para no regresar jamás. Y el motivo no fue otro que el papel que encontró en su casa de regreso del funeral, que alguien había introducido por debajo de la puerta. Un papel con una clara amenaza. O desaparecía o moriría. El alguacil sabía que estaba en medio de una disputa nobiliaria que trascendía mucho más allá de lo que podía imaginar, que abarcaba años y generaciones de intereses nobiliarios, y que matar a un magistrado o a un alguacil no suponía obstáculo alguno para conseguir según qué fines.

Así que el alguacil dejó aquella noche su casa y salió de Frías, dejando atrás a su millar de habitantes, atravesando el puente medieval para no regresar jamás, sabiendo que estaba huyendo para poner a salvo su vida. Aquel mismo año de 1897 Francisco de Borja Téllez Girón, XI Duque de Uceda, perteneciente a una rama familiar que pretendía el Ducado de Frías, murió en extrañas circunstancias. Esta es solo una más de las muchas historias misteriosas que un pueblo como Frías alberga en su pasado y que mi tatarabuelo, que hubo un tiempo que respondió a Diego Garay, narraba con pasión.

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